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CAPÍTULO 6 |
Los acontecimientos se habían desarrollados de la peor manera
posible para sus intereses. Pensaba Daniel sentado en su habitación.
¿Por qué habría tenido que ir a pasear por la calle donde vivía
Tania? Ahora ya no servía de nada lamentarlo. Las cosas pasan
sencillamente porque sí, y nada más. ¿Cuál debía ser su
comportamiento de aquí en adelante? Lo mejor sería dejar que todo
fuera tomando su normal desenvolvimiento y estar a la expectativa;
de todas formas no le quedaba otra solución. Se quedó todo el
tiempo en su habitación leyendo un libro de Kant titulado "La Paz
Perpetua". Sobre las nueve de la noche bajó para hacer una frugal
cena y tomar una cerveza; después de lo cual, se volvió de nuevo a
su habitación para seguir concentrado en la lectura, hasta que le
entró sueño, allá sobre bien entrada la una de la madrugada. |
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cuarto día de su estancia en aquella extraña pensión, y estando
desayunando sentado en el salón, a la vez que ojeaba un libro, a
algo así como las nueve de la mañana, observó la llegada de un
hombre joven de tez morena, era sin lugar a duda un gitano. Venía
bien vestido, traje gris y una corbata roja algo chillona. Se giró
mirando a una y otra parte como buscando algo o a alguien. Dirigió
una furtiva mirada a Daniel, y se volvió hacia la mesa en la que se
hallaban cuatro ancianos jugando a las cartas. Se inclinó sobre uno
de ellos y pareció que le preguntaba cualquier cosa. El hombre se
levantó de su silla y ya se dirigía hacia el mostrador, cuando
apareció el camarero. El viejo dijo algo al recién llegado a la vez
que señalaba con la mano a Roberto, y se retiró de inmediato para
continuar su partida de cartas. Daniel nada oía desde su asiento,
pues hablaban en voz baja; ni tampoco quería dar la más mínima
sospecha de que le interesara el visitante. El camarero, después de
hablar unos instantes con el joven y servirle una cerveza, llamó a
alguien por teléfono; luego hizo un gesto con la mano y
desapareció por la trastienda. |
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Daniel continuó en su puesto, hacía como si estuviera esperando a
alguien, mirando de tanto en tanto el reloj, aunque no había nadie
en su entorno. Pasado que fueron unos diez minutos, salió el
visitante, arrancó su coche y se marchó a una velocidad un tanto
desmesurada. No quiso Daniel volver de inmediato a lo que era
últimamente su residencia, pensó que no sería lo más oportuno que
le viera Miguel aparecer por allí, así que se dedicó a pasear por una
parte del pueblo por la que aún no había estado. Su mayor sorpresa
fue que al doblar una esquina, se topó inesperadamente con quien
menos pensaba en ese momento: antes sí tenía la insospechada
pareja de José y Carmen juntos. |
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-¡Ah, vaya! Mira quien viene. Ahora ya estamos al completo
-exclamó Carmen señalando a Tania que se acercaba hacia ellos
por la acera. José y Daniel giraron la cabeza y vieron a Tania que
les saludaba con la mano. |
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-¿Queréis que os diga la verdad? Pues ésta es que no hay nada de
eso, pero también os digo que yo no tendría nada en contra, si él así
lo deseara. |
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-Bueno, bueno está -intervino Tania temiendo que la cosa tomara
mal cariz. No pasa nada. Somos amigos y debemos comportarnos
como tales. |
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-Sí, pero yo no entiendo. ¿Qué es lo que hace esa mujer? -preguntó
Daniel.
-¿Y quién lo sabe? -se interrogó Carmen-. Nadie que no haya ido a
consultarla, sabe nada. |
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muchas clases de hierbas para usos medicinales, y que aplaca
ciertas dolencias. Eso es todo. |
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Al fin arribaron a aquella especie de choza. La puerta estaba
igualmente cerrada y no se advertía a nadie en su alrededor. |
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éstas, un montón de diversas clases de hierbas. También había
diferentes ganchos clavados en lo que sería la pared, y de los que
colgaban unas talegas que debían contener algo, pues se veían
abultadas. |
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-¿Y tú, en qué lugar te hallas? -preguntó la curandera de amores-.
Tú estás seguro enamorada de Daniel; pero éste no de ti, y por lo
que dices tampoco de Carmen. ¿Es eso así? |
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-No sé qué decirle. Creo que José y Tania se lo toman, como se
suele decir, muy a pecho. Pienso que el tiempo lo arregla todo.
Somos jóvenes; y más adelante nos daremos cuenta de que todo
esto son cosas propias de la juventud. |
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definición exacta de lo que pasará, ya que esto se ignora; es más
bien un deseo que se expresa, de que lo que se lleva a cabo,
conduzca a buen fin. |
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después que, si aquello de alguna manera podía ayudarle a José,
para que pudiera olvidarse del amor que sentía por Tania, aunque
fuera de un modo subjetivo, que aquella vieja pudiera hacer que él,
José, creyera de verdad que ya no tenía porqué sentir pasión alguna
hacia Tania; esto sería bueno para todos: Para Tania que se vería
libre de un amor no deseado, para él mismo, pues de seguro
volvería a tener mejor relación con el propio José, que también se
vería libre de ese amor no correspondido. Fue ese pensamiento el
que impulsó a Daniel a dar su consentimiento para que dicha
operación se llevara a cabo. Miró Daniel con fijeza a la obesa
mujer y dijo: |
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con un mechero y puso el agua a calentar. Tornó con cara de
cansancio a donde estaban las talegas y descolgó otra, sacando de
ella lo que parecía ser dos vendas, que puso luego sobre la mesa. Se
dirigió de nuevo a la estantería y trajo a la mesa dos tasas de no
muy buen aspecto, una de ella estaba desconchada. Todos miraban
el ir y venir de la mujer sin decir palabra alguna. Parecía que
estaban como hipnotizados. Se oyó el burbujear del agua. Cortó
unas ramas que se llevó a la nariz la señora. Daniel pensó que ella
quería cerciorarse primero, que esas eran las hierbas adecuadas;
luego las fue poniendo en el agua una tras otra. Abrió la boca por
primera vez desde que empezó su tarea para decir: |
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-Siga adelante señora Angustia, y no haga caso de las niñas. Yo no
tengo miedo alguno -dijo José mirando desafiante a Daniel. |
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lea un verso, vosotras lo debéis repetir como un eco -insistió para
que estuviera claro lo que deseaba. |
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Tania y Carmen habían ido repitiendo, uno a uno todos los versos,
tras la señora Angustia. Así lo hicieron hasta tres veces, en que fue
leída la breve poesía, como ésta les había dicho, y ahora estaban
calladas y expectantes. |
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-Yo tengo el estómago algo raro. Creo que la infusión de esos
yerbajos, no me ha caído bien -comentó Daniel. |
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-La verdad es que mi padre tiene la culpa, siempre me avisa con
tiempo diciendo que viene, pero esta vez se ha presentado de
improviso. |
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-Pues ya lo sabes. Así cuando voy al restaurante, es como si fuera a
mi casa. Nadie puede decirme nada. |
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-Te hago responsable directo de este asunto; si algo sale mal, tú
pagarás los platos rotos, pues tú tienes que saber todo lo que aquí se
mueve, y ponerme en conocimiento de ello a tiempo. |
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tu cuaderno? Ya te lo devolveré otro día -y arrebatándoselo a
Daniel de las manos, salió corriendo sin más. |
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Subió a su habitación, y una vez en su interior aguzó el oído, pero
no se oía el más mínimo ruido que proviniera del cuarto contiguo. |
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