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© Rodrigo G. Racero




LA ANTESALA DE LOS MUERTOS


CAPÍTULO 4


Era sábado por la tarde y se acordó, de que se había citado con José, el gitano que había conocido en el salón de juegos y con el que había jugado al billar. Estuvo un momento indeciso, no sabía bien si acudir al encuentro con aquel chico, no porque tuviera algo en su contra, sino porque ignoraba si era aconsejable ahondar en esa amistad. Al fin, después de pensárselo un buen rato, se dijo que debería ir, pues había dado su palabra. Así que se encaminó hacia la calle donde se encontraba aquel salón de billar. Iba pensando en que la amistad con José no debería llegar a más, se quedaría en una cosa superflua y pasajera.
José le gritó cuando le vio entrar, haciendo señas a la vez con la mano:
-¡Daniel, aquí! -llamó, y gritó de nuevo-: ¡Daniel!
Aquello era amplísimo y estaba abarrotado de gente, pero Daniel ya le había visto y fue en su dirección.
-¿Qué tal? -dijo José dándole una palmadita en el hombro-. Si quieres que te diga la verdad, no creí que vinieras.
-¿Por qué no iba a hacerlo? Te di mi palabra.
-No sé, era un presentimiento; pero ahora veo que era falso. Allí se ha quedado una mesa libre -dijo, señalando con el brazo hacia el lugar-. ¿Jugamos una partida?
-Juguemos pues, para eso nos hemos citado.
Después de jugar la partida de billar, que por supuesto ganó José, aunque la pagaron a media, se fueron a tomar unas copas. Conversaron sobre infinidad de cosas, hasta que José le preguntó:
-¿Tienes novia?
-No, ni tengo ni me interesa tenerla en este momento. Lo importante para mí es encontrar una colocación, sea la que sea y como sea.
-Yo creí que ibas más o menos bien. Me dijiste que pintabas y...
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-¡Ah, nada de eso! Es cierto que pinto y he vendido algún cuadro; pero eso es más bien cosa bastante rara. En cuanto a lo de escribir es únicamente una afición mía. Quizás te di la impresión de que con eso podía vivir, pero no es así. No quería aparecer como un fracasado ante un desconocido.
-Vamos, la cosa no es para tanto. Hay montones de gente en tu misma situación. Seguro que encontrarás alguna cosa cualquier día de estos. Con tus estudios no te debería ser difícil hallar una buena colocación.
-No te creas que yo tenga mejor oportunidad que tú; la prueba de ello es, que tú estás trabajando y yo no.
-Si no te importa trabajar en la construcción, podría hablar por ti. A lo mejor tienes suerte; creo que hace falta personal. También podrían ayudarte en la organización a la que pertenezco; ellos fueron los que me colocaron. Claro que entonces te tendrías que apuntar, es decir, hacerte miembro de ella, pero esto no tiene ninguna gran importancia.
-Sabes, no me gusta pertenecer a ninguna clase de organización, ni asociación, a ningún club, ni tampoco a ninguna religión o secta, ni tan siquiera a un partido político.
-Es una organización que tan sólo trata de ayudar al necesitado. Debe de existir un principio de solidaridad entre los hombres. Creo que es quizá el único motivo honesto, por el que las personas puedan reunirse. Si alguien tiene motivo para sentirse discriminado yo sería uno de ellos, sin embargo pienso que hay que estar unido a los demás.
-Visto así, no cabe la menor duda; pero desconfío de la bondad en la naturaleza humana. Son muy pocas personas las que ayudan sin interés propio.
-Hablas como una persona amargada. Creo que hay que tener más confianza en el prójimo. No todo individuo es un criminal.
-Naturalmente que no, pero tampoco es todo el mundo un santo.
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-No pienses que tengo algún interés especial en que entres a formar parte de la organización. Te lo decía únicamente, porque podrían ayudarte a encontrar un trabajo.
-Pero, ¿cómo hacen? ¿De qué forma socorren a la gente? ¿Cómo se subvenciona?
-No lo sé bien. Llevo poco tiempo dentro; pero nosotros pagamos una cuota, el diez por ciento de nuestro sueldo; bueno, los que no estamos casados, que los padres de familia pagan menos, aunque no sé bien cuanto.
-¡Caramba! ¡Eso es abusivo! Ya me imaginaba que la cosa tendría su truco.
-Bueno, quizá sea un poco demasiado. De cualquier forma, más vale ganar algo, que estar parado y no ganar nada.
-Me lo pensaré. Es probable que lo intente, si veo que en los próximos días no me sale nada. No tengo más remedio que ganar algún dinero. No quiero seguir pendiente de lo que me dé mi tío. Él tampoco es una persona rica. Aunque está pensionado y no vive mal.

-Hablemos de otra cosa. Dices que no tienes novia ni te interesa; pero a mí me tiene loco una chica gitana, lo malo es que ella nada quiere saber de mí. Bueno, eso es lo que pienso, aunque en realidad, nada aún le he propuesto en serio.
-Por eso lo mejor es no enamorarse de nadie. Si uno advierte que no es deseado, es preferible no insistir. Aunque la verdad sea dicha, nunca he estado enamorado.
-No lo puedo evitar; estoy constantemente pensando en ella, de verdad que me quita el sueño, y no sé qué hacer. Se me había ocurrido, no sé lo qué tú dirás, que como escribes, sabrás seguro expresarte mejor que yo, y tal vez pudiera redactar una carta de mí para ella. ¿Qué piensas? ¿Me harías ese favor?
-Pues la verdad que no sé qué posición tomar. No es por no hacerte el favor, pero considero que una carta amorosa es un asunto demasiado íntimo, como para que lo haga nadie en tu nombre.
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-¿Por qué no? Lo que tú escribas es lo que yo pienso y te confío, sólo que tú lo expresas mejor, digamos de un modo más bello. Las mujeres suelen ser románticas y les agradan esas cosas, la poesía y demás...
-No lo creo yo tanto; la mayoría de ellas buscan que el hombre, parte de que le agrade físicamente, tenga un porvenir asegurado, un medio de vida estable.
-¿Quieres decir que las mujeres tan sólo se fijan, en aquellos que están bien situados? ¿Que los hombres sencillos, simples trabajadores, no tienen o tienen pocas posibilidades de encontrar pareja?
-Así lo creo, y pienso que hacen bien. Lo de "contigo pan y cebolla" es menos cierto; más bien creo que se refiere, a que hay que estar unidos en los malos tiempos caso de que estos sobrevengan, pero no que estén desde el principio.
-Pues yo miro en mi alrededor, y veo miles de gente trabajadora que están casada.
-Naturalmente que sí. No se trata de que se seas obrero, más bien es que el trabajo, sea el que sea, lo tengas fijo. ¿Entiendes? La mujer puede ser romántica, pero ante todo es práctica. La economía es una de las bases para que el matrimonio funcione bien. Los refranes son sabios, y hay uno que dice: "Cuando la miseria entra por la puerta, el amor sale por la ventana."
-¿Es todo eso disculpas para no escribir la carta?
-No, digo tan sólo lo que pienso. ¿Por qué crees que pueda escribir una bonita carta de amor? No tengo experiencia ninguna en esa materia.
-Lo supongo porque has estudiado, y seguro que sabrás expresarte correctamente, en tanto que yo...
-¿No tienes miedo de que ella advierta, que no eres tú el autor de la carta?
-Sólo deseo que ella conozca mis sentimientos. No se trata de que vayas a estar siempre escribiéndole cartas; sólo una vez, después, si __________

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logro hacer amistad con ella, ya me las apañaré para explicarle, para hacerle comprender cuanto la quiero.
-Bien, si te empeñas lo puedo intentar, pero no te puedo prometer que vaya a salir algo positivo de esto.
-No te preocupes, hazlo lo mejor que puedas, y ya está.
-¿Cómo se llama la chica?
-Tania. ¿Nos vemos mañana y me enseñas la carta?
-¡Caramba, qué rápido! Déjame un par de días para madurar la idea. De todas formas mañana no puedo; tengo que ir a ver a mis padres al pueblo. -Mintió Daniel, Pues no tenía deseos de verse nuevamente con José.
-Bueno, tú dirás. Cuando a ti te vaya bien.
-Digamos, a mediado de la semana, el miércoles a las ocho de la tarde en los billares. ¿Vale?
-¡Estupendo! De acuerdo.
Daniel miró su reloj de pulsera y comentó:
-Son cerca de las diez de la noche. Me tengo que marchar. Quiero aún hacer algunas cosas y se me hace tarde.
Se despidieron con un: "Buenas noches."
Daniel iba pensando, y ya lamentaba haberse dejado convencer para escribir la dichosa carta de amor.
Ya dentro de su habitación intentó escribir, continuar con el poema que había comenzado hacía tiempo, y que últimamente no era capaz de avanzar, ni tan siquiera en un maldito verso.
Releyó lo que llevaba escrito del poema, y terminó apartándolo a un lado.
Empezó a cavilar cómo empezaría la carta de amor que había prometido escribir. Francamente le pasaban cosas extrañas. ¿Cómo había llegado a aquella situación? ¡Qué raro tener que escribir una carta de amor, a una mujer que no conocía, que jamás había visto! ¿Cómo había dicho que se llamaba? Ah, sí, Tania. Cogió una hoja en blanco y escribió:
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Querida Tania:
Seguro que te extrañará sobre manera recibir esta carta. Lo cierto es que esta carta es el producto de mi cobardía. Sí, digo bien, el producto de mi cobardía al no tener el valor de acercarme a ti, de dirigirte la palabra por miedo a que me rechaces. Te admiro y te adoro en silencio; soñando con lo que me parece imposible: poder tenerte algún día entre mis brazos. Sufro indeciblemente, es una tortura las continuas noches de insomnio, llenas de un desesperante anhelo que nace y se reaviva de continuo en mi corazón. No sé lo qué hacer, he querido olvidarte, pero al instante he sentido pánico, ¿olvidarte? No, nunca jamás, mejor sufrir, pero tener la imagen de tu bello rostro dentro de mi pensamiento, en lo más recóndito de mi alma. ¡Ah, si supieras, si pudieras sentir un instante, aunque fuera fugaz, toda la pasión que me consume día tras día... quizá tuvieras compasión de este tu amante silencioso!
Puede que sea una molestia para ti estas palabras mal remedadas, esta carta insólita y no deseada, este atrevimiento por mi parte. Si así fuera, rómpela, pero no te enojes; trata de comprender mis sentimientos, que me llenan, que me desbordan y desesperan.
No sé si tendrás una idea de quién soy. No quiero dar prenda a mi identidad. A no ser que tu curiosidad o interés así lo deseara; en tal caso, podrías escribir una misiva a la dirección de un amigo, y podríamos concertar una cita. En caso contrario, tu silencio será por mí respetado, pero será mi tumba.
Sin querer cansarte más, me despido con todo el calor de un amor, que vive de la esperanza de ver convertido su sueño en realidad.
Quien te ama y adora. __________

Tu amante desconocido.

Puso su dirección y la metió en un sobre. El miércoles se la entregaría a José. Tenía curiosidad por oír lo que opinaba de ésta.
Leyó la carta un par de veces. Estuvo a punto de romperla y escribir otra, de otra manera. Quizá no le agradara a José eso de la __________

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cobardía, en realidad más que cobardía sería timidez. Él suponía que ahí estaba la verdad, si no, ¿por qué recurría a él para escribir una carta? Al fin decidió no cambiar nada, si no le gusta, que se las arregle como pueda, pensó, y decidió meterse en la cama.

Era miércoles, el día en que había quedado en verse con José. Se dirigió despacio, pues aún era pronto, hacia el salón de billar. Faltaba un par de minutos para las ocho cuando llegó y vio de inmediato a José, éste jugaba solo en una mesa de billar. Seguro le esperaba a él, para jugar una partida.
-Hola -saludó Daniel-. ¿Qué tal?
-Bien -respondió José-. Hace rato que te espero.
-Quedamos a las ocho -dijo Daniel mirando su reloj.
-Sí, lo sé, pero estaba impaciente. Coge un taco y juguemos una partida.
Jugaron en silencio durante algunos minutos. Al fin, y viendo que Daniel nada decía, preguntó José:
-¿Qué, has escrito ya la carta?
-Sí, aquí la tengo. ¿Quieres leerla ahora?
-No, terminemos la partida primero. Después iremos a tomar una cerveza.
Más tarde, sentados a una mesa en el bar, al que se habían acostumbrado a ir. Le entregó Daniel la carta a José diciendo:
-Haber qué te parece.
José comenzó a leer la carta atentamente. Se veía que la leía despacio, como recreándose en las palabras. En su rostro apareció una amplia sonrisa. Miró a Daniel abiertamente y dijo:
-¡Es maravillosa! Nunca pensé que lo pudieras hacer tan bien. ¿Crees tú que contestará? -preguntó José.
-Preguntas demasiado. ¿Cómo lo puedo saber?
-Mañana mismo se la mando por correos. No sé por qué, pero tengo la impresión de que va a contestar. Tal vez lo haga pronto.
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-Habrás advertido que he puesto mi dirección, pero podrías poner la tuya si te parece.
-No, no. Así está bien.
-Entonces, ¿no tienes nada que objetar? ¿Te parece bien que lo dejemos tal como está?
-Por supuesto, hombre. Es inmejorable. ¿Quieres conocerla?
-¿Cómo?
-Te pregunto si deseas conocer a Tania.
-No. ¿Para qué? ¿Quieres acaso presentármela?
-No te la puedo presentar, porque no es mi amiga. La conozco tan sólo de vista; aunque sé quien es, y a la familia a la que pertenece.
-Entonces, no entiendo...
-Podríamos ir al pueblo este fin de semana, y la veremos aunque sea de lejos.
-No, por favor, no me metas en esos líos. Creo que eso es un asunto de tu sola incumbencia. ¿Qué pinto yo en medio de tu enamoramiento?
-Tú eres el autor de la carta, y debía de interesarte ver cómo es ella.
-Yo creía que los de vuestra raza, arreglabais el matrimonio entre las familias.
-Efectivamente hay gitanos que así lo hacen; pero es una costumbre antigua que ahora no se usa, o se usa poco, creo yo. De todas formas, nosotros hemos vivido siempre como cualquier otra familia normal. Y estoy seguro que la familia de Tania, es igualmente normal.
-No te ofendas, hombre, que no he querido hacer crítica alguna. Nada tengo en contra de las costumbres de los pueblos. Eso de apañar los casamientos de los hijos desde pequeños, es posible que también tenga sus ventajas. En todos los pueblos que siguen viviendo más en contacto con la naturaleza, existen unas creencias y una magia ancestral o antigua, que influye en su comportamiento, en su modo de entender la vida. Yo pienso que el hombre moderno, dentro de la civilización, ha perdido quizá la superstición de __________

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muchas cosas, pero también gran parte de la magia que lo llevaba a adoptar unas formas y unos ritos, que lo acercaban más a lo natural, a la identificación con la idea de Dios.
-Si quieres que te diga la verdad, no sé bien de qué me hablas. De ritos y cosas extrañas, no tengo la más mínima idea. Bueno, ¿te vas a decidir a venir al pueblo conmigo? ¡Vamos, hombre, acompáñame!
La verdad era que a Daniel empezaba a picarle la curiosidad. En realidad nada tenía que hacer, ninguna cosa importante que le impidiera acompañar a José a su pueblo. Últimamente no era capaz de escribir nada. La desidia le embargaba el ánimo. Pensó que podría distraerse, y dejar por un rato de torturarse con las preocupaciones, y la seriedad de las ideas que cruzaban por su mente casi constantemente.
-No sé qué decirte. Yo no quisiera...
-¡Venga, vamos! Por supuesto que te pagaré el viaje. No está lejos, escasamente una hora con el autobús. Volveremos antes de que se haga de noche.
-No es por el dinero, ni por volver más tarde o más temprano. Es que... Vale, bueno, te acompañaré, basta. No discutamos más.
-Entonces nos vemos el domingo a las nueve de la mañana, en la puerta de los billares, para ir a la estación de autobuses.
-De acuerdo -consistió Daniel-. Hasta el domingo pues.

Llegó el domingo, y como acordado, se vieron los dos amigos a las nueve de la mañana. Caminaron en dirección a la estación de autobuses. Iban por unas calles que Daniel no conocía, nunca recordaba haber estado por esa parte de la ciudad, y Daniel creía conocer bien la ciudad de punta a cabo; además tenía una extraña sensación, como si pasara algo anormal, algo que no era capaz de explicarse, parecía encontrarse de alguna manera en un lugar etéreo, como fuera de lo tangible, de cualquier forma irreal. Un sentimiento indefinido le embargaba el ánimo y sentía una presión en las sienes __________

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que le aturdía un tanto. No dijo nada a José, y la verdad era que hacía una eternidad que no había venido por aquel sitio, quizá estuviera algo trascordado, por otro lado, tampoco había dormido muy bien esa noche, lo que explicaría en parte su pequeño malestar. Ya se me pasará, pensó y continuaron andando hasta llegar a la estación. Efectivamente, no habían hecho más que llegar y ya se encontraba mejor. Antes de partir, desayunaron en el bar de la estación. El autobús salió con un poco de retraso.
-Verás -dijo José-. Tania es guapísima. Espero que no te enamores tu también de ella, y me hagas competencia -bromeó éste con una sonrisa que a Daniel le pareció un tanto forzada.
El autobús rodaba a no demasiada velocidad por la estrecha carretera. Daniel tenía la vista perdida en el paisaje de tierras secas y pelados montes; pero contestó de inmediato a la objeción de José diciendo:
-No te preocupes, en lo menos que puedo pensar ahora, es en enamorarme de ninguna chica.
-Sí, pero uno no se enamora por que quiera, sino que sucede aún en contra de la voluntad de la persona. Ese es mi caso.
-Sí, comprendo, mas no creo que a mí me ocurra. Alguna predisposición debe de haber, para que el amor llegue a manifestarse, y mis intereses y preocupaciones andan por otros muy diferentes derroteros.
-Tengo la impresión de que tú te tomas la vida demasiado en serio.
-No te creas que es así. Lo que pasa es que me hago preguntas y no encuentro respuestas.
-Soy de la opinión, que cuando las preguntas no tienen respuestas, lo mejor es no hacerlas.
-Sí, eso sería lo más fácil, pero es lo más difícil para el hombre. No hacerse preguntas es como negarse a sí mismo. Todos nos hacemos preguntas, tú también. Supongamos que te declaras a tu querida Tania y ella no acepta. Seguro que te preguntarás por qué.
-La respuesta es bien sencilla: Porque no le gusto.
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-Por supuesto, pero, por qué. Ella sólo sabrá decir que tú no le agradas; pero poco o nada más. Existe algo que despierta instintivamente simpatía o animadversión hacia los demás, y eso no es tan fácil de explicar.
-Todo eso será cierto, pero es también verdad que los sentimientos no se pueden doblegar.
-Tal vez no; pero por ello no deja uno de preguntarse sobre el porqué de las cosas. Quizá mi ejemplo no haya sido muy afortunado. Hay muchas preguntas que una persona se puede hacer, por ejemplo: Qué se puede pensar sobre la existencia de Dios. El castigo eterno que anuncia la religión. ¿Dónde está el Bien, y dónde el Mal?
-Olvídate del rollo. Hay que tener una actitud mental saludable para enfrentarse al mundo, para aceptar la vida cual es y basta. Todo lo demás huelga.
-Sí, tienes razón. Lo mejor es olvidarse. Hablemos de otra cosa.
-Ahora recuerdo -dijo José dándose una palmada en la frente-. He hablado de tu caso con uno de los principales de esa organización, a la que te dije que pertenezco, y me ha dicho que si quieres, puedes venir la próxima semana para hablar con él. ¿Qué te parece? ¿No es estupendo?
-No sé bien qué hacer. Te dije que ya te contestaría. Bueno, vale. ¿Por qué no? Al fin y al cabo...
-¡Magnífico! El jueves a las nueve de la noche hay una reunión. Nos vemos si te parece a las ocho en el salón de billar.
-De acuerdo -contestó Daniel.
Paró el autobús en ese preciso instante. Habían llegado ya al pueblo; y con la conversación no se habían percatado de ello.
-Vamos -dijo José levantándose-, ya estamos aquí.
Al bajar del autobús se hallaron ante una amplia plaza; el suelo estaba adoquinado y algo desnivelado por algunos sitios, con algún que otro pequeño socavón. En medio de ésta plaza había una fuente, en el centro de la misma se alzaba la figura de un unicornio, __________

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por cuyo cuerno salía un gran chorro de agua, que llenaba la ancha pila que la cercaba. Las casas en su entorno estaban pintadas en colores diferentes, pero todas en tonos suaves y claros. A Daniel, no sabía bien porqué, le pareció aquello un sitio extraño. Hasta la gente que se veía, e iba de un lado para otro, no parecía normal, como si sus movimientos estuvieran estudiados de antemano, dictado por alguien que hacía una obra teatral. Tenía esa sensación de que todo era irreal, como si fuera un producto de su fantasía. Cerró un momento los ojos y sacudió la cabeza, como queriendo ahuyentar la ilusión y entrar de nuevo en la realidad, pero al abrir los ojos, comprobó que estaba en el mismo lugar, pero que todo parecía normal.
-No conocía este pueblo -dijo Daniel-. ¿Cómo dijiste que se llamaba?
-No lo he dicho -contestó José-; pero seguro que conocerás el nombre de oída: Noreal se llama. ¿No te suena? Sí, hombre. Lo debes haber oído alguna vez.
-Noreal, Noreal -repetía Daniel-. No, -estaba más que convencido, de que jamás había oído ese nombre. La cosa era, que no se encontraba muy lejos de la capital. ¿Cómo era posible que nunca lo hubiese oído nombrar?
-Son ya  cerca de  las  once.  ¿Te parece que tomemos una cerveza? -propuso José.
-Aún es pronto para empezar a beber; ¿no crees? -dijo Daniel-. Demos primero una vuelta por el pueblo para conocerlo.
-Tienes razón. Iremos por los alrededores de la casa de Tania, quizá logremos verla.
Fueron por un laberinto de calles estrechas y empedradas, que subían y bajaban. Excepto la plaza donde paró el autobús, y las calles más cercanas a ésta, eran llanas: el resto eran todas de empinadas y altísimas cuestas. Algunas calles eran tan angostas, que extendiendo los brazos, casi se podía tocar la fachada de ambas partes con las manos.
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-¿Por qué harían antes las calles tan estrechas? -se preguntó José.
-Creo que lo hacían para resguardarse del sol en el verano, y del frío en invierno -comentó Daniel, añadiendo que creía haberlo leído en alguna parte.
-Puede que así fuera. Mira, a la vuelta de esta esquina, está la casa donde vive Tania -dijo José, y a Daniel le pareció notar un tanto de emoción en su voz. Pasearon arriba y abajo de la calle. José dirigía furtivas miradas hacia el balcón de la casa, donde presumiblemente vivía la tal Tania, quizá intentando descubrir su rostro, pero en la casa y todo el contorno, reinaba la más absoluta quietud.
-No se ve a nadie, parece esto un pueblo dormido -opinó Daniel.
-Sí, es verdad, pero es muy extraño. Nunca lo había visto tan solitario.
Aligeró el paso José y entró en una pequeña tienda. Una mujer mayor, de una gordura excepcional preguntó:
-¿Qué desea?
-Buenos días señora Angustia -saludó José-. Deme Vd. un paquete de "celtas".
Aquella mujer inclinó la cabeza hacia delante, a la vez que achicaba los ojos, como queriendo identificar a quien le hablaba.
-Tú eres José, el de los asnos. ¿No es verdad?
-Sí, el mismo. ¿Qué, cómo se encuentra?
-Más mal que bien, hijo. Hace mucho tiempo que no vienes por aquí.
-Estoy trabajando en la ciudad, y no tengo mucho tiempo para venir. Dígame, ¿qué pasa que apenas se ve gente por la calle? ¿Se ha marchado todo el mundo?
-La mayoría estarán en la boda. Yo no he querido ir, pues apenas veo y no me puedo mover; tengo dolores por todas partes. Esto es lo malo de hacerse vieja.
-Vaya, de verdad que lo siento señora Angustia. Pero dígame: ¿Quiénes son los qué se casan?
-El "Prenda", con la "Chanchi", la hija mayor de los Heredia.
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-¿Se casan por la iglesia?
-¡Claro qué sí! También los gitanos son cristianos.
-Bueno, señora Angustia, que me alegro de verla; y que se mejore Vd. de sus dolencias. Mi amigo y yo vamos a dar una vuelta por ahí.
-Vayan con Dios -dijo la mole humana que era la señora Angustia, y se sentó en el sillón que había detrás del pequeño mostrador.
Una vez en la calle, y después de unos minutos de caminar en silencio dijo Daniel:
-Yo creí que tú no fumabas. Hasta ahora por lo menos no te había visto fumar.
-No fumo mucho -contestó José-. Según me da. A veces consumo cigarrillos durante unos días, hasta que de repente lo dejo, y no fumo nada durante varias semanas. Hay a quien le cuesta mucho dejar el tabaco. Para mí no es ningún problema. ¿Quieres uno? -le dijo a Daniel alargándole el paquete.
-No, gracias -respondió éste-. Nunca he fumado, y no pienso empezar ahora.
-Ven, acerquémonos a la iglesia a ver el casamiento -dijo José apresurando el paso.
Daniel le siguió, a la vez que decía:
-No somos personas invitadas.
-Claro que no, pero a la iglesia puede ir todo el mundo.
Llegaron a la pequeña iglesia del pueblo, que se encontraba en una calle, a la otra parte de la plaza por la que ellos se fueron a buscar la casa de Tania. La gente se agolpaba delante de lo que, más que una iglesia, parecía simplemente una ermita. En aquel preciso instante, salían los recién casados, y la gente gritaba el consabido "viva los novios", y arrojaban pétalos de flores y arroz sobre la pareja. José se topó con algunos amigos o conocidos, a los que saludó y con los que intercambió unas palabras. No fue Daniel presentado a ninguno de ellos, pero éste, sin saber bien porqué, se alegró de que así fuera.
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-¿Por qué no preguntas por tu querida Tania, a cualquiera de tus conocidos? -le dijo Daniel a José un tanto burlonamente.
-Si así lo hiciera -le respondió éste-; todos se enterarían de que me intereso por ella, y esto quiero evitarlo. Tengo una tremenda curiosidad por saber, qué es lo que pensará de la carta que le hemos mandado.
-Tú se la has enviado. Yo nada quiero saber del asunto. Quizá ni tan siquiera se tome la molestia de contestar.  ¿Cuándo se la mandaste? -quiso saber Daniel.
-Al día siguiente al que me la distes. Fue el jueves, creo.
-Pues ya la tiene que haber recibido. Seguro que está intrigada y no sabe qué hacer. Se preguntará quien es el autor de la carta; y revisará mentalmente a todos los conocidos, descartando a unos y pensando que pueda ser este o aquel. ¿Crees que también pensará en ti, como posible autor de la carta?
-No, no me lo puedo imaginar.
-¿Qué sabes Tú? Tal vez sí. Quizá esté ella también enamorada de ti, y tú ni tan siquiera lo adviertes -dijo Daniel intentando bromear un poco a costa de José.
Entre tanto los novios se habían metido dentro del coche. La gente seguía aplaudiendo, y la pareja de recién casados saludaban agitando las manos, al tiempo que el automóvil arrancaba y se alejaba despacio con un ruido de latas, que alguien había atado con una cuerda, en la parte trasera del coche. La masa de gente empezó a separarse, tomando en grupos caminos diferentes.
Los dos amigos empezaron también a caminar hacia el centro de la plaza. José miraba detenidamente a todas las personas que se encontraban cerca de él. Daniel sintió de pronto un codazo en el costado. Miró interrogativamente a José, y éste le hizo seña con la cabeza, indicando al lado derecho de donde se encontraban. Daniel miró discretamente hacia el lugar señalado y vio a dos muchachas, apenas recién salidas de la adolescencia; una de pelo intenso negro __________

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y muy bellas facciones, la otra más bien castaña, pero también igualmente guapa.
-No creo equivocarme si supongo que Tania es la más morena -dijo Daniel.
-¡Naturalmente que no te equivocas! No hay más que elegir a la más bella.
-La otra no está tampoco mal que digamos.
-Estupendo; si te gusta la chica, podemos acercarnos cada uno a una de ellas.
-No es que me atraiga de un modo especial, simplemente reconozco que es atractiva, pero de eso hasta acercarme a ella y enrollarme, hay una gran diferencia.
-Verás -dijo José-, lo cierto es, que yo solo no me atrevo. Si vamos juntos ya es otra cosa. Hazlo por mí. Lo tuyo no tiene por que llegar a ser nada serio.
Daniel notó, que las dos chavalas miraban hacia ellos. Hablaban entre ellas y se reían. José también lo advirtió y dijo:
-Creo que se están burlando de nosotros.
-¿Por qué tienes que pensar que se chancean? Quizá les agrademos. Me parece que en cuestión de faldas, tú eres bastante tímido.
-Debo confesar que sí. Sobre todo si es con ella, con la que tengo que hablar. Me refiero a Tania, claro.
-Debes procurar que no advierta, que estás enamorado -le aconsejó Daniel-; de lo contrario siempre estarás en desventaja con respecto a ella.
-Hola, señoritas -dijo Daniel repentinamente, a la vez que se acercaba a las dos chicas-. Me permiten una pregunta: ¿Podrían decirme dónde se encuentra el restaurante en el que se celebra la boda?
-¿Está Vd. invitado? -preguntó la que, según José, debía ser Tania.
-Sinceramente no creo, que eso tenga nada que ver con mi pregunta; pero para satisfacer su curiosidad le diré que, yo directamente no, __________

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pero sí un amigo mío al que deseo ver. Mintió descaradamente Daniel.
-¡Oh, perdón! -dijo ella con un escondido tono de burla-. Lo decía tan sólo porque Vd. no es del pueblo, ni nunca le he visto por aquí.
-¿Qué importancia tiene eso? ¿Conoce Vd. acaso a todos los amigos, de toda la gente del pueblo?
-Perdone si le ha molestado mi pregunta. No ha sido hecha con ninguna intención. Mire, nosotras vamos para allá, si lo desea, nos puede acompañar. ¡Ah! Y su amigo también. A él sí me parece que le conozco de vista.
José, que ya se había acercado a ellos, se vio en la para él embarazosa situación, de tener que hablar con la joven.
-Tú eres Tania. ¿No?
-Sí, y tú José el de los asnos.
Daniel notó un gesto de contrariedad en su amigo. Pensó que a él le desagradaba aquel mote o sobrenombre de: "el de los asnos", que ya oía por segunda vez, y pensó que, a qué se debería el que así le nombraran. Se lo preguntaría cuando estuvieran a solas.
-Sí, contestó José lacónicamente a la pregunta de Tania.
-Pero tú ya no vives aquí, ¿verdad?
-No, ahora vivo en la ciudad, donde trabajo.
-Sí, claro, aquí no hay apenas donde trabajar. Sólo en las tareas del campo. A mí también me agradaría vivir en la ciudad. El pueblo es siempre muy aburrido.
-A mí me agrada también más vivir en la ciudad -dijo, hablando por primera vez la otra chica.
Daniel advirtió que tenía unos bellos ojos verdes.
-A toda la gente joven le atrae más la ciudad -comentó Daniel.
-Habla como si fuera Vd. una persona mayor.
-Yo pienso que soy una persona mayor de edad, o cree que soy un chiquillo. Señorita...
-Carmen, y Vd. ¿Cómo se llama?
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-Daniel -contestó éste-. No le parece que deberíamos dejar de hablarnos de Vd.
-Por mí sí. ¿Conoce Vd., perdón, quiero decir tú, a los novios?
-No, del pueblo no conozco a nadie; exceptuando a José, claro.
A José se le veía más animado hablando con Tania. Según oía Daniel, conversaban sobre amigos o conocidos comunes del pueblo.
Eran ya cerca de la una, cuando llegaron a las puertas del restaurante donde se daba el banquete. Daniel se paró y dijo:
-Nosotros no debemos entrar, no estamos invitados.
-Pero  Vd.  puede  pasar  a  buscar  a  la persona que anda buscando -dijo Tania, y Daniel creyó percibir en sus palabras la intención de hacerle comprender, que sabía que él había mentido, cuando dijo que quería ver a un amigo.
-Podemos pasar -habló José-. Tomamos una cerveza en la barra. Pagamos nuestra consumación y nos marchamos. Es después de todo, un local público.
-Claro que sí -afirmó Tania.
-Por supuesto -corroboró Carmen.
-Bien, si así lo decidís, vamos, quizá encuentre a mi amigo -dijo Daniel mirando fijamente a Tania. Ésta lo advirtió y se sonrió, aunque trató de disimularlo.
Recorrieron los cuatro un corto pasillo a la entrada, y penetraron en un verdadero amplio salón, que sorprendió a Daniel, que no se lo esperaba tan grande.
-¡Vaya, es esto en verdad bastante espacioso! -comentó, se acercaron todos al mostrador, situado en una esquina del salón. José pidió cuatro "cañas", pero las chicas prefirieron coca-cola.
Después de un rato de amena charla y consumir un par de cervezas, dijo Daniel mirando su reloj:
-Pienso que ya va siendo hora de que nos marchemos.
-No ha hecho Vd. nada por encontrar a su amigo -dijo Tania dirigiéndose a Daniel.
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-Sí -contestó Daniel-, estoy constantemente mirando entre la gente y no consigo verlo. Seguramente no está, o no vendrá, o bien vendrá más tarde. ¿Quién sabe? Por otra parte no tiene mayor importancia. Ya lo veré otro día.
-¿Por qué no pregunta Vd. a alguien, si sabe dónde está? -le propuso insistiendo Tania. Parecía tener algún interés especial en saber si era verdad lo del amigo de Daniel. Machacó nuevamente y preguntó-: ¿Cómo se llama su amigo? Quizá yo lo conozca, conozco prácticamente a toda la gente del pueblo.
-¿Por qué os habláis aún de Vd.? -dijo de pronto Carmen-. Daniel y yo ya nos tuteamos. Deberíais hacer lo mismo; somos muy jóvenes para usar tan serio tratamiento.
-Yo no tengo ningún inconveniente -dijo Daniel.
-Yo tampoco tengo nada que objetar -respondió Tania, en tanto se miraba profundamente en los ojos de Daniel. Éste advirtió la intensidad en los bellos ojos negros de ella, y supo que no le era indiferente a la chica; pero a la vez, sin saber bien por qué, sintió cierta inquietud.
-¿Qué, no me quieres decir cómo se llama tu amigo? -volvió Tania obstinada al tema.
Ante la tenacidad de ella, él se decidió a decirle la verdad. Lo cierto era que no le importaba en absoluto lo que ella pensara. Él consideraba aquello un juego tonto de chiquillos. Así pues le dijo, mirándola abiertamente a la cara y marcando una sonrisa burlona:
-Todo ha sido un modo como otro cualquiera de querer entablar conversación con vosotras. No existe tal amigo; el único amigo que tengo, y que es de este pueblo, es José.
Daniel creyó ver un gesto triunfante en el rostro de la hermosa Tania, que a él no le disgustó en absoluto, sino que por el contrario le divirtió. -¿Qué, estás contenta? -le preguntó sonriente. Ella no ocultó su satisfacción, pero dijo simplemente:
-Me lo sospechaba.
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-Bueno, ya está todo aclarado -afirmó Daniel-. Ahora pienso que nos deberíamos marchar -dijo dirigiéndose a José.
-Pienso que ya va siendo hora de comer; pero resulta que en todo el pueblo no hay más restaurante que este.  Tendremos que preguntar si nos  pueden   servir  algo  de  comer  aquí,  naturalmente  pagando -explicó José.
-Un momento -dijo Tania, y se alejó perdiéndose entre las mesas.
-¿Adónde irá? -se preguntó Carmen.
-No tengo ni idea -comentó José.
-Yo me puedo imaginar lo que intenta hacer -dijo Daniel con gesto pensativo.
-¿El qué? -demandó José.
Y Carmen también preguntó:
-¿Qué piensas que va hacer?
-Creo  que  va  a  hablar  con  alguien,  respecto  de  nuestra  comida -contestó Daniel señalando a José y a sí mismo.
-¡Pues es verdad! Me parece que ella sí es capaz de encontrarle una solución al asunto -exclamó Carmen-. Consigue siempre todo lo que quiere -añadió.
Acababa Carmen de hablar, cuando apareció Tania. Venía acompañada de un individuo alto y flaco, de tez muy morena y negros cabellos lacios.
-Ya está todo solucionado -dijo Tania.
El hombre que vino con ella preguntó, dirigiéndose a José, al tiempo que miraba a Daniel:
-¿Eres tú y tu amigo, los que no estáis invitados?
-Pues sí -respondió José-. Es que no sabía nada de la boda; ha sido para mí una sorpresa.
-Me extraña que no haya sido invitada tu familia. Seguro ha sido un despiste. Aunque tus padres no han vuelto a venir por el pueblo. Sólo a ti te he visto alguna que otra vez por aquí.
-Mi madre no se encuentra últimamente muy bien, y mi padre siempre anda en el trapicheo de sus negocios -explicó José.
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-Bueno, venga, que estáis invitados, y que os divirtáis -dijo aquel hombre y se marcho. Como no se presentó, Daniel no supo cómo se llamaba ni quién era, aunque la verdad sea dicha, tampoco le importaba nada.
-Bien -dijo Tania-, ahora habrá que procurar encontrar sitio para sentarnos.
Acababa de hablar y volvió a desaparecer. Tornó tras breves instantes acompañada por uno, que por su aspecto parecía ser un camarero.
-Vengan conmigo -dijo éste, y les llevó a una mesa a la que les hizo sentarse. El sitio era estupendo, pues que estaban algo separados de los demás, en una mesa sólo para cuatro; por lo que podían hablar con cierta tranquilidad, sin que nadie les oyera. Comieron, bebieron y charlaron durante un buen rato. Más tarde bailaron. Daniel con Carmen y José con Tania, aunque por las miradas que Tania dirigía a Daniel, quiso éste comprender que ella deseaba que él la sacara a bailar; pero Daniel se resistía en avanzar, en un contacto más íntimo con ella. No era por respetar los sentimientos que José tenía por Tania, sino que sencillamente no quería en ese momento, tener lío alguno de faldas. Ella le gustaba, era una chica muy atractiva, pero sus deseos no llegaban más allá. La fiesta se prolongaba hasta bien avanzada la noche. Los recién casados volvieron poco antes de que se sirviera la cena. Se habían estado haciendo el consabido reportaje, y fotos en un estudio de la ciudad. Daniel preguntó a Tania:
-¿Sabes a qué hora sale el último autobús?
-A las once y cuarto; pero si se os pasa, me puedo preocupar de que tengáis donde pasar la noche -dijo Tania con una sonrisa un tanto provocativa, que no sólo Daniel advirtió.
-Creo que no debemos dejar que se nos escape. Mañana es lunes, día de trabajo -observó Daniel, al tiempo que respondía a la mirada de Tania, con una profunda mirada que podía decir muchas cosas.
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-Sí, es verdad -dijo José-. Mañana me espera un día duro de trabajo.
Las chicas decidieron acompañarlos, cuando llegó la hora en que el último autobús salía. Se despidieron con un apretón de manos, y quedaron en verse en alguna otra ocasión; aunque José dijo que volvería el próximo fin de semana.


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© Rodrigo G. Racero