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© Rodrigo G. Racero




LA ANTESALA DE LOS MUERTOS


CAPÍTULO 3


Había acabado de beber su cerveza, y como no tenía intención de pedir otra, se levantó y salió a la calle. Hacia algo de viento y el cielo amenazaba lluvia. Comenzó a caminar despacio. Pensó en la conversación de aquellos dos individuos. De verdad que parecía extraño, pero ambos coincidían con sus propias cavilaciones, en muchas de las cosas que habían dicho.
Comenzaron a caer gruesas gotas aisladas, que se fueron haciendo cada vez más copiosas, terminando en una lluvia torrencial. Apresuró el paso que terminó en carrera, pues el agua le calaba la ropa. Buscó cobijo en el portal de una casa antigua; era un portalón grande y arqueado. En realidad tan sólo le separaba de la pesada puerta de madera tallada, un estrecho escalón de mármol blanco, subido en el cual, apenas se cubría de la lluvia, máxime cuando el viento empujaba el agua en el sentido donde él se hallaba. Presionó con el cuerpo, como queriendo guarecerse instintivamente, contra la puerta, y ésta cedió hasta el punto en que, si no reacciona prestamente, hubiese caído cuan largo era al interior. Era un amplio portal donde se encontraba. Frente a él se veían unas escaleras, y junto a ésta un corto pasillo. Oyó voces, y sin saber bien porqué, se fue acercando a una puerta que había en dicho pasillo; estaba entornada, y las voces eran cada vez más claras. La curiosidad le picó hasta el extremo, en que se atrevió a abrir un poco más la puerta. Nadie advirtió su maniobra. Era un gran salón. Había un número considerable de personas sentadas en diferentes clases de sillas y taburetes. Al fondo se hallaba un hombre corpulento, puesto de pie sobre una mesa. Su voz era fuerte y gesticulaba al hablar moviendo los brazos, como queriendo dar más afirmación a aquello que decía: ..."Construcción de una enmarañada y concienzuda complejidad, en este mundo de la venganza impermeable, oculta, socavada.
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Desproporción interesada del conflicto estilístico, de las diferentes operaciones del mundo inicuo y categórico. Demencial, cerebral institución del planeta humano, que circunda en la desesperanza de las guerras religiosas y de los problemas económicos. Una incontable, indescriptible, a la vez que imperdonable, irracional y obtusa sinrazón del individuo destructivo en sumo grado; dentro de una descomunal degradación fanática del resentimiento colectivo, de los que pretenden abarcar el poder del Mal.
Confusión ofuscada de los mártires predispuestos a hacer oídos sordos de la duda primaria, del orden dado en lo natural divino. Aceptar sumiso la inmolación errónea, que devasta y asola; no hacer pacto ni compromiso con la ley que formaron los poderosos con la fuerza de las armas, de su riqueza y malignidad solapada.
No esperad redención ninguna, ninguna caridad. Vuestra venida al mundo es tan sólo un ensayo divino, un experimento, como un juego infantil del niño que se divierte pinchando lagartijas, haciéndolas sufrir; pero siendo consciente de la gravedad del pecado.
Los domina una conciencia maligna, pecaminosa, libertina, desmesurada, monstruosa; que ignora el sentimiento que conmueve el alma, de aquel que se halla en un estado de goce del Bien, porque tan sólo alberga en su pensamiento la idea fija del egoísmo, del aniquilamiento total. El provecho propio es la meta final y única, llegar a la consecución del poder.
Los demóticos se alzan coléricos contra la justicia permisiva, se premia al delincuente con la libertad. Pálidos jueces otorgando la gracia de la indulgencia al asesino demente, al ultrajador túrbido, que espía la pureza y la inocencia para violarla, para satisfacer su instinto primitivo de bestia salvaje, incontrolable bajo una perspectiva deficiente, nefasta, de una educación no consolidada, no afianzada en el fondo benigno de su alma. Aunque hay momentos, en que la duda invade el ánimo, y uno llega a pensar en que existen seres desprovistos de esa mínima parte de bondad, que se cree debe __________

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de haber en todo ser humano. ¡Es tan grande la iniquidad surgente, tan despiadada! Parece que el fracaso de la humanidad esté programado. Dios está horrorizado de su obra, y ha dejado en manos del hombre su propia salvación. El hombre tendrá que hacer un descomunal esfuerzo, para tratar de salir ileso de su propia aventura, en este planeta, perdido en el espacio infinito del universo. Así son las cosas en ese mundo, al que debéis procurar no tornar nunca jamás..."
Sintió que alguien le tocaba con la mano en su espalda. No de un modo brusco, más bien suave, pero resoluto, y una voz decía al mismo tiempo preguntando:
-¿Qué hace Vd. aquí?
Quedó sorprendido. No supo de momento qué contestar. Estaba como el ladrón que ha sido cogido con las manos en la masa. Pero fue tan sólo un breve instante. Enseguida se repuso y dijo con firmeza:
-Buscaba a un amigo, pensé que lo encontraría aquí. Aquel hombre alto y enjuto, bien vestido, de mirada penetrante, le observó inquisitoriamente y demandó:
-¿Cómo se llama su amigo?
-Pepe, quiero decir, José López. -Dijo este nombre con toda la intención del mundo, pues tanto el nombre como el apellido eran de los más comunes, y raro sería que entre tanta gente no hubiera alguien que así se llamara.
-Me suena, creo recordar alguno de ese nombre, pero no estoy seguro. Por favor, márchese ahora. Vuelva si quiere con su amigo en otra ocasión. Él debe de saber que no se admiten aquí personas extrañas, a no ser que sean recomendadas por alguien que pertenezca ya a la organización.
Inclinó Daniel la cabeza en un gesto de asentimiento, y sin decir palabra alguna, se largó de allí. Ya en la calle, pensó en qué clase de organización sería aquella. Por lo poco que oyó de aquel orador de turno, sería seguramente una de tantas sectas, de esas que __________

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pretenden arreglar el mundo, pero que en realidad tan sólo piensan, sus creadores, en buscar su propio provecho, con las cuotas que seguramente pagan todos los miembros que pertenecen a la misma.
La lluvia había cesado. Fue una tormenta tan brusca y copiosa en agua, como corta en su duración. Continuó su solitario paseo. No sabía bien porqué, pero notó que su estado de ánimo se deprimía, se entristecía. Le pasaba con frecuencia: sin saber causa o razón le embargaba la melancolía, casi de un modo repentino; no era por algo concreto, era una tristeza abstracta la que le invadía, se adueñaba de él por nada, o por todo, lo que es lo mismo; era una especie de desgana que se apoderaba de él sin más, era como un deseo inesperado de querer llorar, pero las lágrimas no brotaban de los ojos, sino del alma, igual que una aguda punzada que dolía y le hacía estremecer. Él se decía en ese siempre, constante diálogo, o monólogo, que mantenía consigo mismo, en su más profunda intimidad: Que nada valía la pena en este mundo, que todo estaba dado, que los honestos apenas tienen oportunidad en esta vida. Deambulaba ahora como apático, aletargado y soñoliento. El viento empezó a soplar con fuerza, arrancando las ocres y secas hojas de los árboles en esa tarde de otoño. Alzó la vista al cielo y vio que seguía cubierto de grandes nubarrones negros. No sería extraño que volviera a repetirse algún nuevo chaparrón.
La vida estaba llena de errores. Los seres humanos andaban dando tropezones, volviendo atrás en sus ideas, en sus creencias, rectificando faltas, cayéndose y levantándose, luchando a veces desesperadamente; dudando de todo, como también creyendo en todo. Había momentos en los que se afirmaba tozudamente, y otros en los que se combatía con fanatismo las ideas del contrario. En algunos instantes pensaba que este mundo, esta tierra común en la que todos estábamos arraigados, era como una inmensa cárcel de la que había que escapar. ¿Pero hacia dónde dirigir nuestro anhelo de paz y convivencia? La solución no estaba en la huida, había que __________

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comulgar hacia dentro, buscar en nuestras almas y convencernos de que en la unión y el amor estaba la salvación.
Era una constante obsesión en su cerebro ese siempre preguntarse, cavilar, querer encontrar respuestas donde no las había. Era su más íntimo deseo encontrar algo a lo que poder afianzarse, un resquicio de verdad que lo conformara, que le hiciera más grata la existencia, el paso por esta vida. Quería convencerse de que existía un espíritu universal que abarcaba el todo, quería decir realmente el Todo, toda la inmensidad de las galaxias infinitas. Éste espíritu sería igual a Dios o era Dios mismo; no estable, inamovible, sino que se procreaba constantemente y se manifestaba en todas las formas, en toda la incontable variedad que existía en el universo, y que imperaba sobre la vida y la muerte. Sería sin más, eterno, y eternamente experimentaría, renovaría su saber dentro de sí, auscultándose; pues que se comprendía y reconocía a sí mismo, como el todo que imperaba sobre todo lo existente.
Los minerales, las plantas, los animales y los hombres todos, llevaban en sí una ínfima partícula de Su Ser espiritual, en un grado proporcional ascendente desde el mineral al hombre, lo que parecería obvio, porque si Dios lo era todo, todo estaba o era en Dios. Algo así como decir que sus miembros y sus órganos eran suyos, aunque sin ser su "propio yo". Los minerales forman parte del planeta y, ¿no se podía acaso considerar al planeta como un ser vivo? Los árboles viven, pero su vida está en otro nivel, igualmente los animales en sus diferentes categorías, hasta llegar al fin al hombre, el ente más completo de los seres vivos en esta dimensión.
Existe en el hombre un miedo intrínseco al más allá; lógicamente dado por la incertidumbre tan radical, por el desconocimiento tan absoluto de la posible existencia espiritual, tras la existencia físico- real de la vida. Una existencia espiritual posible, en otra hipotética vida después de la muerte, está limitada (a la creencia) por la razón de la duda. Si la religión logra vencer la duda de la razón, da al mismo tiempo que libera, una angustia nueva: El temor a la __________

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condena eterna por el pecado. La nada tras la muerte de lo puramente físico, se resiste a un profundo analice del pensamiento crítico de la razón. Lo absurdo que parece dejar de ser algo, para después llegar al fin y no ser nada. Se podría argumentar que, como unidades dejamos de ser algo, pero seguimos siendo en cuanto nos procreamos en nuestros hijos; aunque siempre estaría latente la pregunta sobre nuestra intimidad. La personalidad de cada uno de nosotros es única e irrepetible, y esto sí dejaría de ser tras la muerte; si pensamos o creemos que no existe un más allá, donde de algún modo continuemos como ser único espiritual, si negábamos esta posibilidad al yo, de ser espíritu en un estado puro alcanzable, en otra especie de vida no orgánica, que se pudiera unir a la grandeza de la gloria de Dios, si se apostataba, como pensaba, esta posibilidad, se perdía toda esperanza de un orden de la bondad; el caos y la maldad se apoderarían del ser y reinaría el desequilibrio en la vida terrenal.
Si meditábamos concienzudamente, y llegábamos a aceptar que nuestra vida estaba movida por una fuerza, que era más que la pura fuerza física, que había una potencia psíquica en nosotros que nos movía, que nos llevaba y nos conducía hacia un fin determinado, que ignorábamos, porque era el misterio de Dios, Su gran secreto, pero que estábamos llamados a entrar en él. La lógica de nuestro pensamiento nos debía decir que somos espíritu y materia, y que el espíritu no puede morir cuando muere la materia orgánica. No sabía si en el mundo de los espíritus existiría la muerte de éstos, pero en el mundo en que vivimos tan sólo existe la muerte de lo orgánico; debería el espíritu por lo tanto de ser libre para entrar en otro estado, en otra dimensión. No se podía creer que el espíritu se engendrara junto, al nacer la vida orgánica, y muriera al mismo tiempo que ésta.
No quería seguir torturándose el cerebro con ideas y preguntas sobre la verdad de Dios, el Bien y el Mal, o el porqué de las cosas. Tenía que intentar distraerse.
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Entró en un salón de juegos. Había máquinas tragaperras con atractivas y seductoras luces de colores, futbolines y billares. Estaba bastante concurrido aquello. Mucha gente joven había allí; eran casi niños la mayoría de ellos. Se acercó a una de las mesas de billar; los jugadores aquí eran personas más mayores, y por lo que notó, jugaban al dinero. Estuvo un buen rato observando la habilidad que tenían en hacer carambolas. Él había jugado alguna vez, pero su juego dejaba mucho que desear. La verdad era que él no tenía la destreza necesaria para aquello. Era un juego, pensaba, en el que había que concentrarse aparte de ser hábil, pero sus pensamientos siempre tomaban otras derrotas.
El juego de aquellos dos jóvenes había terminado, y él ya se marchaba, cuando uno de los que allí estaban se dirigió a él diciendo:
-¿Qué, juega una partida?
Miró algo sorprendido a aquel que le hablaba, pues no esperaba en absoluto que alguien le propusiera jugar al billar, máxime cuando él no conocía allí a nadie. Se le pasó por la mente que aquel individuo, más o menos de su misma edad, sería seguramente un buen jugador, y pretendía sacarle algunos cuartos.
-No, contestó, no juego bien, y lo más seguro es que pierda.
-Jugamos a cien carambolas y te doy treinta de ventaja.
-Gracias, pero no. Cuando me das treinta de ventaja, es porque estás seguro de ganar, pero no estoy dispuesto a perder ningún dinero.
-No trato de ganar ningún dinero, si quieres pagamos la partida a medias, y te sigo dando treinta de ventaja. Es tan sólo por pasar el rato.
-Bien, si es así pues juguemos -consintió Daniel, y fue a coger un taco.
-Tú sacas -propuso aquel chico-. Por cierto. ¿Cómo te llamas?
-Daniel. ¿Y tú?
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Daniel no comprendía bien el porqué, pero notó que aquel le miró intensamente antes de responder. Al fin, tras un breve instante contestó:
-José. No es muy original. ¿Verdad?
-Es de lo más corriente que existe.
Dispuso Daniel las bolas sobre la mesa y sacó sin apenas concentrarse, con una cierta ligereza, y se sorprendió, aunque nada dijo, pues la carambola le salió perfecta, y las bolas se le quedaron en buena posición para hacer otra. Tiró con la confianza que le daba el no importarle perder. Hizo la carambola y las bolas siguieron estando buenas para hacer una nueva carambola, que también logró. La racha continuó, y llegó hasta conseguir siete carambolas seguidas. De lo cual él era el primer asombrado.
José le miró sonriente y comentó:
-Me parece que eres tú el que me engañas. Dijiste que no sabías jugar; y por lo que veo eres un maestro; un hueso duro de roer.
-No creas, supongo que ha sido la suerte del novato.
José no dijo nada. Empezó a hacer carambolas, e hizo veinte de una tacada.
Daniel le miraba un tanto maravillado. Conseguía siempre que las bolas se le quedaran magníficamente para continuar jugando. Pensó que después de hacer veinte, falló adrede para no aburrirle y darle la oportunidad de jugar.
-¡Vaya, eso sí que es saber jugar! -dijo, y se dispuso a tirar. Las bolas estaban en una posición fatal, muy difícil para él. Lo intentó no obstante, pero naturalmente no le salió.
-¡Ah, vaya hombre! Ahora sí que pienso que tuviste suerte con las siete carambolas, porque ésta que has fallado, no era nada de difícil hacerla. Aunque siempre puede pasar que se escape alguna. Veremos qué haces de aquí en adelante.
José miró un momento la posición en la mesa de las bolas y comenzó a jugar. Una, dos, tres... era una maravilla como manejaba el taco el chico. Siguió haciendo carambolas y no paró hasta que __________

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completó veinticinco. Ya tenía José cuarenta y cinco, y él tan sólo siete. ¡Menuda paliza le esperaba! Jugó y logró hacer tres.
-Ya te voy ganando por cinco. Como no espabiles vas a perder.
-Seguro que perderé -dijo Daniel-. Sabía que las treinta que me dabas de ventaja, no eran nada. Por eso no podía jugar contigo al dinero.
-No debes de ser pesimista. No te des por vencido antes de terminar la partida. Tienes que luchar y defenderte. No seas fatalista, y no te entregues antes de tiempo.
-No lo haría si viera una remota posibilidad de ganar, pero la diferencia entre los dos es sencillamente enorme. No soy fatalista, sino realista.
-Creo que no tienes confianza en ti mismo. No lo haces tan mal como tú crees; si acaso necesitas algo más de práctica.
-La verdad es que no tengo una gran afición por el billar, aunque no me desagrada jugar alguna partida, naturalmente con gente a las cuales me pueda enfrentar sin hacer el ridículo.
El juego se acercaba a su fin. A José le quedaban cinco carambolas por hacer. Daniel tenía cuarenta y cinco contando las treinta que le había dado de ventaja. Ahora le tocaba tirar, e hizo tan sólo dos. José se sonrió, y terminó con facilidad las cinco que le restaban.
-Te invito a una copa -dijo José- para que se te quite la tristeza, o la rabia de la derrota.
-No estoy en absoluto triste ni tampoco enrabiado. No he perdido nada; y aunque así hubiese sido, es muy poca cosa como para enfadarse. Creo que acepto la copa.
Daniel se adelantó y pagó la partida. José quiso darle la mitad del dinero, pero Daniel no lo tomó. Dijo:
-Tú me has invitado a una copa, yo te he invitado al billar.
-Pero eso no fue lo acordado.
-Venga, vamos a tomar una copa y olvidémoslo.
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Se fueron efectivamente a un bar que estaba cerca de allí, en una calle estrecha. Había mucha gente, estaba abarrotado. El murmullo de las personas hablando inundaba el local.
-¿Qué quieres tomar? -le preguntó José.
-Un tinto -contestó Daniel.
José gritó al que servía en el mostrador:
-Agustín, tráete dos tintos cuando puedas. Y qué, ¿a qué te dedicas? -demandó dirigiéndose a Daniel.
-Pinto y escribo cualquier cosa. ¿Y tú qué haces?
-Trabajo en la construcción. Aunque digan que lo gitanos somos vagos.
Se daba ahora cuenta de que ciertamente José tenía la tez bastante morena. Mas a pesar de eso, no se le ocurrió pensar que fuera gitano. La verdad era que no le importaba en absoluto lo que fuera. Él siempre consideraba a las personas por su comportamiento particular, nunca por la raza o la categoría social a la que perteneciera.
-Yo no tengo ningún prejuicio -dijo Daniel-; para mí los gitanos son personas como otras cualesquiera. La conducta individual de cada uno es lo que cuenta; su honestidad y su carácter es lo único que hay que considerar.
-Me has dicho que pintas y escribes. ¿Es qué así se puede ganar uno la vida?
-Hay quien sí; pero por supuesto no es mi caso. La verdad es que estoy parado. Lo de pintar y escribir es que me gusta. Y he logrado vender algún que otro cuadro, más bien a personas conocidas, que creo me lo compran porque saben de mi situación y me quieren ayudar. Naturalmente que el precio que pido por ellos es razonable. También he publicado algún que otro pequeño artículo, por una modesta cantidad, igualmente por recomendación de amigos.
-¡Ah, vaya! Total, que vas tirando.
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-Sí, pero preferiría tener un trabajo estable que me diera seguridad para el futuro. Así todo está en el aire, y el porvenir me angustia a veces.
-Lo mejor es no pensar, quiero decir no torturarse la mente. La suerte traerá lo que Dios quiera. Hay que ser optimista, al final siempre se encuentra una salida.
-¡Esperemos! -dijo Daniel- y bebió un sorbo de su vino.
Bebieron los dos nuevos amigos un par de copas más y se despidieron. Quedaron en verse el fin de semana para echar una partida al billar.
Daniel tomó camino de su casa. Miró el reloj, eran ya cerca de las diez de la noche. Pensó en las cosas extrañas que pasan en la vida: Nunca se hubiese pensado que haría amistad con un gitano, no por el hecho de que fuera gitano, sino por cómo había pasado, las circunstancias que habían dado lugar a que se produjera el encuentro. Él había entrado en aquel local de juego por aburrimiento, lo cual de por sí había sido ya una cosa extraña, no era normal en él que visitara un lugar de esos, y menos aún estando solo.
Daniel vivía en una pequeña habitación alquilada. Él estaba solo en la gran ciudad. Había llegado con la ilusión de encontrar trabajo. Su familia había quedado en el pequeño pueblo, donde no existía posibilidad alguna de futuro, y el porvenir se veía más que oscuro, pero las oportunidades en la ciudad tampoco eran muy halagüeñas. Un tío suyo, por parte materna, que vivía en la ciudad, había intentado colocarlo, pero la cosa estaba bastante difícil. Se hallaba esperando que la suerte le deparara alguna buena ocasión, pero la verdad era que a veces se desesperaba. Lo cierto es que él no tenía ninguna profesión, nada había aprendido, ningún oficio. Sí que tenía hecho el bachiller, pero de poco le servía, no había podido iniciar los estudios de ninguna carrera, ni las notas conseguidas, ni tampoco la situación económica de su familia lo hubiera permitido. En la posición que se encontraba no podía pensar en tener relaciones con __________

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alguna chica, con vista a poder formar una familia el día de mañana. Por suerte, podría decirse, aún no había encontrado la mujer que lo hubiera podido enamorar. Pintaba y escribía cualquier cosa por afición, pero tener éxito en ninguna de éstas dos materia era una ilusión, un sueño poco menos que irrealizable.
No tenía hambre. El par de "tapas" que había tomado con el vino en aquella taberna le habían quitado el apetito. Se acostó. Estuvo mucho rato despierto pensando en infinidad de cosas. Él estaba aquí, se decía, en este mundo, o mejor dicho, en el pequeño mundo de su habitación, con sus libros, sus pinturas y dibujos extraños, irreales, fantásticos, salidos de su mente torturada de continuo con infinitas ideas sobre el más allá. No le abandonaban los machacones pensamientos que intentaban explicarse el sentido de la vida y la muerte. ¿Qué hacía él aquí? ¿A qué había venido? ¿Con qué objeto, con qué fin, con qué razón última se hallaba aquí, en este universo de su espíritu lleno de extrañas ideas, donde se buscaba, y no lograba encontrarse? Era igual que un prisionero; tal vez como una fiera acorralada que no viera ninguna salida. Ciertamente el cósmico espacio de su pobre entendimiento era un caos de dudas, de miedo, a veces incluso de una angustia espantosa, cuando el pensamiento profundizaba arañando con las afiladas uñas de las ideas hasta desembocar en caminos espantables... Al fin le rindió el sueño y se quedó dormido.
Se levantó temprano y tras desayunar en el bar de la esquina y ojear el periódico, decidió ir a ver a su tío. Vivía bastante retirado, en otro barrio de la ciudad. No tenía esperanza de que tuviera algo para él, pero no tenía ganas de escribir ni de pintar. Era uno de esos días en que la desidia le invadía el ánimo; no tenía deseos de nada y todo le aburría. Estaba descontento de su vida, de su misma persona; se sentía fracasado e incapaz de hacer algo de lo que pudiera sentirse orgulloso. No sabía, ignoraba lo que sería de él el día de mañana. Era consciente de que no podía seguir así, sabía que tenía que tomar alguna decisión radical, cambiar su forma de vida, dejar de esperar __________

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un trabajo estable que nunca llegaría. Siempre esperando la ayuda de algún conocido. Tenía que ser él el que tomara las riendas de su vida en sus manos para cambiarla. Algo debía de hacer, pero ¿qué? A veces había pensado enrolarse en el ejército como voluntario, mas era la verdad que la vida militar no le seducía en absoluto.
No quiso coger el autobús, y aunque el lugar donde vivía su tío estaba lejos, comenzó a caminar despacio, no tenía prisa ninguna, era igual cuando llegara, su tío de todas forma lo encontraría en el bar que había cerca de su casa, con sus amigos, jugando lo más seguro al dominó, echando su partidita.
Se dirigió derecho al bar donde pensaba que lo encontraría, y efectivamente allí estaba, sólo que no jugaba al dominó, sino a las cartas.
-¡Hola! Qué haces por aquí -dijo su tío al verle, pues se dio cuenta de la presencia de Daniel cuando éste entró.
-He decidido dar una vuelta y venir a saludarte. Hacía ya tiempo que no te veía. Sabía que estarías echando tu partida como siempre.
-¡Claro! ¿Qué puede hacer un viejo pensionista? Siéntate y toma lo que quieras.
Daniel se sentó junto a su tío y pidió una cerveza. Estuvo un buen rato en silencio observando la partida. Se terminó la cerveza y ya pensaba en marcharse, cuando su tío le dijo:
-Espera un momento que acabe este juego y daremos una vuelta juntos.
Ya en la calle le dijo su tío:
-Creo que no me equivoco si pienso que vienes, aparte de porque quieras verme, por saber si tengo algo para ti. ¿No es así?
-Sí y no -contestó Daniel-. Sé que me hubieras avisado en caso de novedad. Lo cierto es que estaba aburrido y no sabía qué hacer.
-Mal anda la cosa en verdad -dijo su tío aparentemente pensativo. Era un hombre de mediana estatura, corpulento, de ojos pequeños, grises y penetrantes, enmarcados por unas pobladas cejas que ya __________

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empezaban a blanquear, aunque más blanco era el poco pelo que le quedaba-. Créeme que he hablado con un montón de gente, pero... sería más fácil si fueras carpintero, albañil, o mecánico de cualquier cosa. Compréndeme, no quiero que te sientas ofendido, no es tampoco ningún reproche, sé que tú no tienes culpa de nada. Las circunstancias han dado esta situación. Quizá pudiera colocarte en el ayuntamiento; pero aún no lo tengo seguro, hay mucha gente que intenta entrar, y sé que algunos de ellos están bien preparados y tienen mejor recomendación que la que yo te pueda dar. ¿Entiendes lo que te quiero decir? En fin, ya veremos.
-No me siento ofendido para nada, tito. Todo al contrario, yo te agradezco tu esfuerzo en querer ayudarme. Soy el primero en reconocer la dificultad que entraña buscar una colocación.
Siguieron andando en silencio durante un buen rato. El tío de Daniel sacó al pronto la cartera de su bolsillo, y cogiendo un par de billetes de mil pesetas, se los puso en la mano a su sobrino. Éste dijo algo en un intento de protesta, pero su tío insistió diciendo:
-Vamos, cógelo, seguro que te harán falta.
Daniel se los guardó poniendo cara de resignado. En el fondo de él, en su más honda intimidad le repugnaba tener que aceptar dinero de su tío, pero también era cierto que se encontraba sin blanca.
Después de varios minutos de paseo, donde hablaron de cosas sin importancias; preguntando su tío por la familia en el pueblo y diciendo que les diera recuerdos de su parte cuando le escribiera, se despidió con un: "Ya te avisaré si tengo algo para ti."
Daniel siguió su paseo haciendo cábalas, como de costumbre, sobre infinidad de cosas. Lo mismo se hallaba pensando en su negro porvenir, que al instante siguiente su pensamiento se perdía en el intrincado laberinto de la vida y la muerte. Dichoso aquel que puede vivir ejerciendo un trabajo, que no sólo le agrada, sino que es su pasión, su más íntimo deseo poder ejecutarlo; eso es, pensaba, lo más grande que le puede pasar a uno en la vida. Al decirse esto, su pensamiento estaba en el escritor, el pintor, el músico, el escultor o __________

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el científico, quizá también en el político, en fin, en todo aquel que hubiese logrado tener éxito en aquello que más anhelaba en la vida. Cansado de pasear, y viendo que se acercaba la hora de comer, entró en un restaurante, más bien "casa de comida", y pidió el cubierto del día.
Volvió después de comer a casa y estuvo leyendo un buen rato. Intentó más tarde escribir, seguir trabajando en un poema que hacía tiempo había empezado, pero no logró componer ni tan siquiera un solo verso. Ya al atardecer, era casi de noche, salió de nuevo a dar un paseo. Deambulaba por las calles sin rumbo fijo. Se sentía incapaz de desarrollar sus ideas, de plasmarlas en canción nueva, en versos sonoros que arrebataran de emoción, que arrancaran del alma el grito de entusiasmo, asomándose a flor de piel. Se sentía impotente, era como si un músico de repente no pudiera, o no supiera mover los dedos, para tocar el instrumento musical que tenía entre sus manos; su torpeza le impedía arrancar las notas melodiosas, para componer la canción que deseaba. Le parecía ver su grito de tristeza dibujado en la noche; en las luces del puente y en las sombras de las aguas, en los iluminados huecos de balcones y ventanas. Andaba estremecido por la ciudad, con el alma diluida en el vaho húmedo de las calles grises. Quería componer ese grito irreal, apresarlo con la cadena de oro de las más bellas palabras, de los más cadenciosos sonidos. Tenía como un sádico deseo de zambullirse en el mar de su tristeza, hurgando en su dolor, en la melancolía de su vida.
Un tranvía cruzó la avenida con un ruido de raíles golpeando en la obscuridad. Caminaba como dentro de una pesadilla, con una inquietud de estrellas en su recóndito interior. Al pronto vio la luna asomarse entre las nubes; se le ocurrió pensar que estaba manchada de sangre, y el silencio de su grito se extendió, repetido como un eco, perdiéndose por las ramas de los árboles. El cerebro le dolía, le pesaban las ideas obstinadas que querían llegar al fin, a la consecución de una obra, pero su mente se reconocía inepta para __________

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conseguirlo. En las paredes, en los muros se veían los carteles de propaganda desgarrados, azotados por el viento, como pequeñas, como grotescas banderas derrotadas, que nada ya anunciaban. Todo era igual que una extraña pesadilla: Su soledad, su vida en este mundo absurdo para él, donde no hallaba el sentido de la vida. Era como un sueño no vivido, como una nostalgia inconcreta, de algo que no sabía definir. Hacía tiempo que pensaba que a su muerte, le gustaría ser arrojado en el espacio infinito; tan sólo la idea de flotar en la inmensidad, fuera del planeta, le seducía al mismo tiempo que le causaba horror ese permanecer ondeando en la eternidad y caer, caer constantemente hacia ningún fin, hacia una siempre, perenne armonía de planetas y estrellas.
Ignoraba si el hombre, en algún futuro lejano, lograría despegar, zafarse de las amarras que lo sujetan a este planeta, y buscar nuevos itinerarios, nuevas formas de vida, nuevos conocimientos... Pero él estaba aquí, en esta ciudad, y sus pies eran como las raíces de los árboles que se clavan, paso a paso en la desnuda arena o en el asfalto gris. Tengo mi fantasía, se dijo, pero la verdad era que su pobre fantasía nunca había podido volar para crear algo grande, era como un barco anclado, amarrado en el puerto y condenado al leve movimiento de las tranquilas aguas. Tal vez mañana, pensó, pero ese mañana jamás se presentaba, no podía romper, superar su impericia para navegar libre al más allá. Quería cantar al universo, a las cosas todas, quería ser poeta, semejante a un dios del sonido y la palabra. Había buscado intensamente, incansablemente la musa de la inspiración con el pensamiento, pero ésta no se dejaba forzar, no se podía obligar su presencia.
Debía de tener más ánimo, se decía, pensaba que debía de vencer la desidia; no podía estar siempre esperando el momento de inspiración, escribir era también un trabajo, a veces doloroso, que había a toda costa que vencer, si se quería llegar al fin deseado. Llevaba recorriendo la ciudad un buen rato. Había imaginado y desechado uno tras otro todos los argumentos, todas las ideas; los __________

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temas danzaban inconcretos sin tomar forma, no era capaz de prender, de fijar, de ahondar en la trama de una obra que le satisfaciera plenamente.
De repente los pensamientos de Daniel derivaron hacia su situación personal. Su porvenir era lo más acuciante, lo que más le debía de preocupar; lo otro eran cosas para soñar, para fantasear, para dar riendas sueltas a su intimidad fabulosa, quizás quimérica.
Había oído últimamente, que mucha gente partía para Alemania, al parecer había bastante trabajo allí, y lo mejor era que se colocaba todo aquel que llegaba, hasta personas sin oficio, para hacer trabajos de toda índole. No cabía la menor duda, que eso era una posibilidad a tener en cuenta, aunque se decía que para dar paso a esa aventura, se debía de aprender antes por lo menos, algo de alemán. Miró su reloj, eran ya cerca de las diez de la noche y decidió marcharse para su habitación. Hizo una cena frugal con lo poco que tenía en la nevera, y después de oír un rato la radio, se metió en la cama.
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