de Ernesto iba, al que le fue encomendada la misión de rescatar a
Tania en primer lugar, y hacer prisionero a Miguel, si ello fuera
posible.
El conjunto de espías del Bien se dividió en dos, unos partieron al
encuentro de Ernesto, el otro se quedó observando el movimiento
de aquellos que se dirigían al castillo rojo, escoltando a Tania y
Miguel.
Enterado Ernesto por los espías que le avisaron, de la fuerza y
número aproximado de los belicosos espíritus que protegían a
Miguel y Tania, expuso su estrategia: Dividiría a los suyos en dos
grupos, uno, el más grande o superior, se adelantaría y atacaría de
frente al enemigo, en forma de media luna, el otro se mantendría
detrás a prudencial distancia. Si como esperaba, los suyos en la
lucha empezaban a inclinar la balanza de su parte; retrocedería de
seguro un pequeño grupo de los espíritus malignos, tratando de
poner a salvo a Miguel y Tania, pero él estaría allí esperándolos, y
sería cosa fácil apresarlos.
Pusieron como se suele decir manos a la obra. Atacaron con furia
los espíritus, ángeles de la parte bondadosa del Creador, a las
huestes malignas de Miguel, estas se vieron sorprendidas, pues
nunca esperaban que un posible ataque les viniera de frente.
Pelearon no obstante y se defendieron sin temor, y con toda la saña
de que son capaces esos espíritus alados como murciélagos,
defensores de la maldad.
La supremacía de los espíritus del Bien, con su elegante volar cual
libélulas, se fue imponiendo de un modo acelerado y contundente,
empleando con maestría el manejo de aquellas extrañas lanzas que
Daniel, que también participaba en la lucha al igual que Carmen, ya
sabía perfectamente utilizar.
Como Ernesto había previsto, un reducido grupo de ellos, con
Miguel y Tania en el centro, comenzaron la retirada tratando de
poner a salvo a sus superiores. De inmediato fueron rodeados por
Ernesto y los suyos, que tras una breve escaramuza, rescataron a
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