Portada
© Rodrigo G. Racero



Poema

Rodrigo G. Racero

PRUEBA DE VALOR No hacía mucho tiempo que vivía en el barrio, aquel adolescente introvertido y tímido. Estaba en verdad muy contrariado con el cambio de casa, en aquella otra ciudad donde a nadie conocía. Su padre era militar. Lo habían destinado allí, y había que aceptar. Se le hacía muy cuesta arriba acudir a la escuela, en donde no tenía ninguna amistad. Asistía a su misma clase una chica guapa; era rubia y todos la admiraban. Él lo advirtió y por eso, trataba en lo posible no mirarla a la cara. No quería que pensara que él también estaba por sus huesos, y por ella bebía los vientos, aunque era verdad que le gustaba. Volvía un día con su "bici" de la escuela. Se encontró con la rubia aquella; estaba en el suelo junto con su bicicleta. Todo daba a entender que se había caído, por el motivo que fuera. Se paró y la ayudó a levantarse. -¿Cómo te has caído?- preguntó él. -No lo sé. Intenté esquivar a un niño... -Te has hecho daño en la rodilla. Está sangrando. -No es nada de importancia. Gracias por tu ayuda. Ella formó una sonrisa con sus bellos labios; y su mirada era intensa, cálida y profunda. Él algo sintió, como una especie de rubor interior, cosa desconocida que le sorprendió. Comenzaron a andar juntos y él le preguntó: -¿Te puedo acompañar hasta tu casa? -Sería descortés por tu parte si no lo hicieras. -Pudiera ser que tu amigo se enfadara contigo. -Dices amigo, pero quiere decir novio. ¿No es cierto? -Tienes razón, eso quería dar a entender. -Pues te diré, amigo mío, que aún soy muy joven para esos líos. -Es buena la opinión. Tiempo habrá sobrado cuando se sea más mayor. -No hay que precipitarse, digo yo, en las cosas del amor. -Es verdad, uno siempre se puede equivocar, y puede resultar caro. -Creo que razonamos igual que dos viejos- dijo ella. -Cierto, no es normal a nuestra edad, hablar como lo hacemos. -Bueno, ya hemos llegado, esta es mi casa- dijo la chica señalando con la mano un portal. -Bien, pues te dejo, hasta mañana. En la escuela nos vemos- dijo él, que se montó en su bicicleta, y sin más se fue. Al otro día antes de entrar al colegio, le rodearon cinco chicos con gestos amenazantes. -Tú, novato imbécil, qué es lo que te has creído- dijo el que parecía ser el jefe de la pandilla. Él intentó estar sereno, demostrar frialdad. -En verdad que no sé, de qué me hablas. -Cuando te dé un par de mamporros te acordarás. -Se nota que eres muy valiente, si para intentar pegarme, necesita a tanta gente. -Vienes el último y quieres llevarte a la más guapa- un otro comentó, de los que allí estaban. -¿Eres tú acaso el novio de la chica? -Eso a ti no te importa. Y además te diré, que sólo yo me basto, para molerte a puñetazos. Los demás se apartaron haciendo un corro. En el centro quedaron los dos adolescentes frente a frente. Él no quiso esperar a que el otro le atacara. Recordó el dicho aquel que reza: El que primero pega, pega dos veces. Y sin pensarlo más, le dio con todas sus fuerzas un puñetazo tal al otro, que le abrió una brecha, por encima del ojo, en la ceja. La contundencia de aquel golpe hizo que el tal, cayera al suelo. ese notó que le corría por la cara la sangre, y enrabiado quiso levantarse; pero él estaba atento, y antes que incorporarse del todo pudiera, le asestó otro golpe que le hizo volver al suelo. Un murmullo de sorpresa salió de todos los presentes; que ahora tenían miedo por su amigo, no se fuera a llevar un mayor castigo. Así pues se interpusieron para evitar que la pelea siguiera, y que al fin consiguieran, entre ellos hacer las pases. Unos días pasaron de aquel suceso. Nadie volvió a meterse con él. La amistad con la rubia, tampoco fue a más. Pero él notaba, que se había hecho respetar. De nuevo se acercaron los de la pandilla a él, para decirle, que tenía que pertenecer a ellos; pero que antes se debía someter a una prueba de valor, que no podía rechazar, o a riesgo de quedar como un miserable cobarde. Se dio cuenta de la treta, mas no le cupo otra opción que aceptar. Así pues demandó: "¿Qué prueba es esa?" -Te lo diremos esta tarde después de la escuela. Se reunieron, ya cerca de la noche. Tenían que subir al monte, y allí, en el castillo, debía él escalar un alto muro y conseguir entrar, a través de una ventana, a una estancia donde alguien le esperaba. -¿Y quién me espera allí, y por qué?- quiso saber. -Si logras escalar el muro lo sabrás- le dijeron. Todos pendiente estaban y le miraban atentos por si se arrepentía en el último momento. Era consciente de que aquello era una trampa; pero también sabía, que el respeto se ganaría de todos ellos, si ejecutar pudiera con éxito la prueba que le exigían. Así pues quiso demostrar, que no tenía miedo. Se levantó y dijo decidido: -¡Vamos, cuando queráis empezamos! Todos se alzaron, y aprobando le aplaudieron. Tomaron el camino hacia aquel antiguo castillo. Cuando llegaron, él miró la torre, era altísima y le dio reparo, por no decir que le causaba pánico. No llevo los zapatos adecuados- comentó-, me podíais haber avisado. -Si quieres desdecirte, sabes que puedes hacerlo; pero ante todos quedarás como un cobarde. -No es que no lo vaya a hacer- dijo él; pero sí que habéis actuado de mala fe. Hasta el pie de la torre se acercó. Comprendió que sería muy difícil escalarla, mas no tenía más remedio que intentarlo. Había por lo menos cinco metros para poder llegar alcanzar la ventana. Los ladrillos estaban rotos; incluso en algunas partes, se veía que faltaban, lo cual estaba bien, pues mejor se podría sostener para trepar por el muro, en la aventura que debía emprender, y que era tan sólo una cuestión de orgullo, estrictamente personal. Comenzó a subir lentamente, afianzándose fuerte a todas las hendiduras que en su penoso escalar hallaba. Poco a poco se acercaba a la ventana. ¿Quién le podía estar esperando? No acertaba a comprender, qué estaban tramando. Se resbaló y estuvo a punto de caer. No se podía distraer; con los cinco sentidos debía estar en lo que hacía, o el riesgo corría de perder la vida. En un último esfuerzo, llegó a la ventana. Pudo, no sin apuros, introducirse por ella, y vio con gran sorpresa, quien allí se encontraba. Era la chica aquella, rubia y bella. -No me podía imaginar que fueras tú, la que también formaba parte del complot. -Tan sólo he aceptado, que si lograbas subir hasta aquí, te premiara con un beso. -Te debo pues decir, que es un beso muy caro, ya que el menor desliz subiendo, la vida me podía haber dejado en el intento. -Procura no te pase en el descenso- dijo ella, y se acercó y le abrazó, y le dio el hondo y prometido beso. Allí permanecieron un buen rato; y sin dejar de darse besos, vino eso. Llegó el momento de decirse adiós. Para siempre eterno amor se prometieron. Hizo él de tripas corazón y se preparó, para llevar a cabo el peligroso descenso; éste sería arto difícil, penoso y en verdad muy peligroso; tenía que tener el máximo cuidado, e ir verdaderamente concentrado para no caerse. Ya era noche cerrada, lo cual era un factor negativo. Comenzó a bajar, buscando con los pies y las manos, el mejor asidero posible. Despacio iba, muy poco a poco. Los brazos se le cansaban. Sentía que las fuerzas le abandonaban. Todos desde abajo le miraban. Estaban fascinados y expectantes, por ver cómo aquello acababa. Resbaló al intentar apoyar firme el pie. Su mano no encontró un nuevo asidero, y al romperse el ladrillo de la otra mano, en la que estaba sujeto, y sin evitar poderlo, y dando de terror un grito, se precipitó al vacío. Todos horrorizados, vieron lo acaecido. Corrieron hacia el sitio donde yacía el cuerpo, y comprobaron por desgracia, que estaba muerto. Desde lo alto la ventana, también la chica lo observó, y lloró desconsolada. ¿Qué se puede sacar en conclusión de esta al parecer absurda historia? Un chico con la vida por delante muere en una extraña circunstancia, como en un sueño irracional y delirante, sin que vérsele pueda algún sentido. No es la particular muerte del individuo, lo que al final del todo cuenta, es la senda hacia donde va la humanidad entera, su incógnita y fin. Ya que la muerte hubiera encontrado, en su eterno jugar con el destino, cualquier otro secreto camino, para llevarse al chico aquel.

Subir
Elegir otro poema



Portada

© Rodrigo G. Racero