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© Rodrigo G. Racero



Poema

Rodrigo G. Racero

MUJER DE LA VIDA Era la noche suave y apacible. Una joven extranjera de piel oscura morena, andaba por la acera de aquella estrecha calle. Era atractiva, de una bella figura; y además iba medio desnuda, mostrando en parte sus encantos con la intención de seducir, a todo aquel que fuera por allí buscando, aquello que no suele buscar ningún santo. Era aún temprano y poca la clientela. Se recostó en la pared, y sacó de su bolso una foto, que estuvo observando, concentrada, durante un largo rato. Era su hija, una niña de unos cuatro años; se encontraba allá, en su lejana patria, por los abuelos cuidada, mientras que ella trabajaba en aquella tierra extraña. Nadie de su familia aprobaría lo que ella allí hacía; pero tenía que ganar dinero, pues que los gastos todos, de ella dependía y la escuela de su hija. Cuando tuviera ahorrado dinero suficiente, pensaba, se iría, y olvidarse podría de su vida allí, como quien se olvida de una mala pesadilla. Así soñaba, en tanto esperaba, que en realidad se tornara su ilusión, y pudiera vivir feliz con su hija y demás familia, en su querida tierra lejana. Pero como quiera que los sueños tan sólo sueños son, algo inesperado pasaría, para que se cambiara el signo de la historia, de su desgraciada vida. Un maldito día apareció el padre de su hija, el que la había abandonado cuando se quedó en estado. Aquel chulo cabrón, al que ahora odiaba con toda la enorme fuerza de su corazón, y que hacía en su pecho bullir el rencor más absoluto. Era borracho y pendenciero, y siempre aparecía para pedirle dinero. Y además aquello quería, que ya, ni estando muerta le daría. Hombre fuerte era y le pegaba, de los pelos la arrastraba, le escupía e insultaba con todas las peores palabras. Pensaba y no sabía, cómo salir de aquella situación. Sus planes, sus proyectos; todo estaba ahora perdido. Aquel hijo de mala madre le había arruinado la vida. Su rabia era tremenda. Y ni comía ni dormía de tanta preocupación. Una noche llegó, en la que se quedó profundamente dormida. Soñó que se vengaba de su opresor y libre de él se quedaba. La verdad es que ahora cavilaba en llevar a la práctica lo que soñara. Al fin se decidió. No cabía más remedio, se dijo así misma y convenció, de que matarlo era lo mejor. Le robaba la vida aquel hombre, su porvenir y el futuro de su hija. No lo podía consentir, ni dejar pasar más días; pues que le había dicho, que al pueblo iba a escribir, contando lo que ella allí hacía. Empezó a madurar un plan, debía ser perfecto para que nadie de ella pudiera sospechar. ¿Cómo hacer, cómo actuar? Se devanaba los sesos, sin la forma llegar a encontrar. Pensó en pagar a alguien que hiciera de sicario; pero lo desechó, no interesaba, pues que quizá después, hacerle pudiera chantaje, y si llegara a saberse, pudiera terminar en la cárcel. Era la noche de un invierno crudo. Llamaron a la puerta de un modo insistente. Ella no había acudido a su trabajo por no encontrase bien, y se había quedado en casa. Miró el reloj, eran las cuatro de la madrugada. -¿Quién sería a aquellas horas?- se preguntó. Le invadió un temor y una sospecha. No sabía qué hacer; al fin se decidió cuando oyó la voz de una amiga, y abrió la puerta. Sí, era su amiga, mas también aquel cabrón que la traía por la calle de la amargura. -Tu, perra asquerosa, ¿dónde te has ocultado que no te he encontrado por parte alguna? -dijo él. -¿Qué quieres de mí? Lárgate de mi habitación- le contestó ella y le escupió en la cara. él sacó del bolsillo una navaja y dijo: -Espera chica que te pondré guapa. Ella huyó a la cocina y cogió un cuchillo, que le arrojó, y atravesó por buena o mala suerte, la garganta. -¡Dios mío qué has hecho! ¿Estará muerto?- dijo la amiga-. Se tendrá que llamar a la policía, sin más remedio. -¡Por Dios, por Dios! Yo no quería- dijo ella-. Tenía una navaja, me iba a matar. -Lo he visto, lo puedo aseverar- dijo la amiga. Sacó su móvil y llamó a la policía. -Serenémonos- dijo la amiga-. Diremos lo que ha pasado, explicaremos la verdad-. él me ha amenazado y obligado a venir, para a tu puerta llamar. Creo que él tenía la intención de matarte. -Sí, era clara su idea de asesinarme. Hubo un juicio y salió absuelta, pues se consideró, que actuó en legítima defensa. Pero ella, volver debía a su patria. No se podía allí quedar. Decía la sentencia que no tenía los papeles, debidamente en regla. Muchas especulaciones se podían sacar de aquello que pasó. ¿Fue el destino o fue Dios, haciendo terminar en violencia que le costó la vida por su mano al padre de su hija, (aunque no fue esa su intención) aquello que en su tiempo empezó siendo el sueño de un gran amor?

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